Comentarios de lectores



Nico P. -músico compositor y arreglador, Bs As-
Las trampas de Occidente es un libro que deschava todas las trampas que se esconden a nuestro alrededor y que la atenta observación de Carlos Monterroso las saca a la luz para que pierdan su condición de TRAMPA. Hay trampa cuando hay algo escondido, y Carlos Monterroso se toma el trabajo de sacarlas de su escondite para que las podamos ver y observar a la luz, y así pierden su poder.
Es un libro tremendamente movilizador. Las citas, el lenguaje, el humor. Es avasallador.
Es un libro de varias lecturas, plagado de citas esclarecedoras de las más diversas fuentes, ya sea filosóficas, científicas, literarias y del aservo popular.
Yo lo leí en el verano y cada tanto lo vuelvo a revisar porque esta lleno de Capas que uno va penetrando y descubriendo.
Me encantó y lo recomiendo para cualquiera que sea occidental.


Enriqueta C. -psicóloga especializada en niños, Gestalt, Bs As-
Las trampas de Occidente es un libro que te muestra descarnadamente los sufrimientos, las tramas invisibles aunque tan presentes, los escenarios falsos.
Pero paralelamente también me fue produciendo un estado de alivio, de comprensión, de alianza con el escritor. Casi un estado de alegría.
Es un libro que invita a ser leído. Es muy crudo pero a la vez el lenguaje es muy suave.
Estoy de acuerdo con lo que dice el libro, que es difícil que un psicólogo te pueda ayudar si no se desenmascaran las trampas de la cultura occidental.
Pero creo que cualquier ser humano (incluso psicólogo) que no sea ingenuo y que tenga cierta conciencia puede ser un buen compañero de ruta. También este libro.


Virginia R.-música, Bs As-
El libro me encantó. Es sencillo de leer para los que no estamos acostumbrados a este tipo de lectura. Es claro y va directo al grano. Lo descripto en el uso delirante de la matemática, impecable!
Me resonaron muchas cosas tan lindas que dice el libro. Y me alivia verlas puestas en palabras.


Fernando E. -profesor de Biodanza, Madrid-
Hacía tiempo que no me divertía tanto leyendo un libro. El libro me apasionó.
En mi opinión, Las Trampas de Occidente es un tratado de Biodanza. Lo he agregado como lectura recomendada en mis cursos.
Por mi parte, es uno de los tres libros que tengo en el baño.


Maia -se ignoran datos-
Carlos, tu libro llegó a mis manos como una casualidad pero más bien como un regalo: no eran más que simples papeles fotocopiados y mi mama me convenció para anillarlo. Tardé dos años en llegar al final de la primera parte, leyendo y releyendo, y olvidándome por meses y volviendo a releer.
Cada vez que entraba en esas palabras que tanto me llegaron, sentía como un sabor nuevo, una verdad que se me revelaba. Pero también sentía como que ya las conocía, como si ya formaran parte de nuestras vidas.
Estoy agradecida de que vivamos en la misma época, aunque estoy segura que tu libro va a durar muchas épocas más.


Laura R. -artista plástica y astróloga, Bs As-
Mi experiencia me llevó a leerlo en dos oportunidades diferentes. En la primera ocasión me molestó e irritó mucho, no pude seguir  leyéndolo y lo abandoné.
Más tarde, después de atravesar un proceso personal de cuestionamiento a mis  posturas inflexibles que me conducían a exigencias difíciles de sostener (y consecuentemente, al sufrimiento y la intolerancia), decidí volver al libro.
Y, para mi sorpresa, comencé a disfrutarlo y a emparentarme con sus miradas.
Las trampas de Occidente nos ayuda a tomar conciencia de esas dos partes nuestras que nos constituyen y que yo había visto en carne propia con respecto al propio libro. Ambas partes se habían hecho presentes en mi experiencia de acercamiento al libro... El contenido del libro era, entonces, una evidencia para mí.
El libro ayuda a revisar nuestra estructura básica de pensamiento y permite enfrentarnos a aquellas pautas culturales que nos llevan a menospreciar nuestro ser esencial. Recién entonces podemos tener una vivencia más integral de nuestras existencias.
Pero tomar conciencia de estas cosas no es tarea sencilla. Y esta es, a mi entender, la principal contribución que Carlos Monterroso nos brinda: la posibilidad  de conducirnos a la puerta de entrada de un lugar por donde empezar a mirarnos para tener un mejor entendimiento de qué y quiénes somos y cómo funcionamos en este planeta. El resto del viaje es tarea nuestra.



Goio M. -astrólogo, Jujuy-
El libro tiene una extraña cualidad.  “Me instala” en un lugar diferente frente a la vida, yo mismo, las cosas… Eso me pasa mientras leo, y después que he leído persiste, como un aroma, como un paisaje con una textura interior, emocional, peculiar… Eso se traslada también a la mirada de las cosas, como si tuviera otros anteojos para mirar (y analizar) ciertas cosas.
Duro y lúcido el capítulo sobre la ciencia. Brillante.


Horacio S. -gerente de importante empresa de servicios, Bs As.-
La lectura del libro fue muy placentera y movilizante. Además, encontré puntos de contacto con otras lecturas sobre física cuántica y teoría del caos.
Te escribo para agradecerte por las puertas que lograste abrirme para poder ver la realidad desde otra perspectiva.

Ester I -se ignoran datos-
El libro me mueve mucho las estructuras de mi personalidad. Por eso me gusta tanto, porque me hace reflexionar. Lo leyeron mis hijos también. Me parece que ninguno estamos a la altura de tamaña posición psicológica, ¿o filosófica? Porque si tuviera que contar qué es lo que leí, sólo puedo decir que pensé a través de ese libro... ¡Y eso es bueno!


Nora M. –ama de casa, Bs. As.-
Con sólo recorrer la primera parte del libro advertí que me estaba internando en  un laberinto maravilloso que no estaba fuera sino dentro de mí misma. A medida que iba avanzando, fui descubriendo  que las preguntas que me surgían eran en realidad las que me había estado haciendo desde hacía tiempo. Tal vez toda la vida. Por momentos sentía que aquellos cabos sin atar, aquellos círculos sin cerrar que tantas veces me desconciertan, no son consecuencia de mi desequilibrio emocional ni de mis enredos mentales. Que no soy la única a la que las cosas no le cierran. Y que esas trampas que describís y “denunciás”, -muchas de ellas- han funcionado perfectamente porque apenas si me había dado cuenta de que estoy atrapada en ellas. Lo extraño es que de repente, y después de haber saboreado hasta el final el libro, estoy descubriendo por mí misma muchas otras que no figuran allí…
Atrapada sin salida en la lectura, feliz como quien vive una aventura desopilante pero real, me sentí como si estuviese ascendiendo a un cerro cómodamente por una escalera, y de pronto, al mirar hacia abajo me diera cuenta de que me habían   quitado la escalera y me encontraba a una altura de la que ya no podría descender tan fácilmente como había subido…de la que definitivamente, no podría descender con la misma mochila, ni por el mismo sendero…
Uno de los pocos libros que, una vez leído, no he cerrado para siempre...


Ester II. -Bs As-
Estoy grata y fuertemente impresionada con su lectura, por el profundo trabajo interior que hay en él. A mí me pegó fuerte porque últimamente me pregunto todos los días qué somos los humanos y para qué estamos en la tierra.
Los ejes que toma el libro para analizar conductas y posibilidades diferentes son muy claros: el YO y el SELF, el devenir como eje de la vida, la existencia de otra inteligencia (la emocional) frente a la endiosada razón occidental cargada de mandatos, de causalidad, el paradigma del “por qué” vs. el del “para qué”.
Gracias por escribir este libro.


Lichi G. -en su blog, Lima, Perú-
... "Carlos Monterroso, autor argentino, retoma a Nietszche para advertir sobre el peligro que conllevan las palabras. En ´Las trampas de Occidente´ sugiere mejorar nuestra existencia alejándonos de la repetición de lo que se toma por sentido común. Quizá la mayor trampa, dice el autor, sea el uso del verbo ser. ¿Qué ocurre si colocamos ´estar´ allí donde por costumbre empleamos el `ser´?
"Adviértase cómo se corre un oscuro telón cuando decimos ´José ESTÁ adolescente´, ´María ESTÁ recepcionista´, ´el león ESTÁ peligroso´. De golpe todo se vuelve más dinámico; el futuro se abre como una flecha. Se pierde el control, un leve mareo, no entiendo bien. No soy joven, estoy joven. No soy malo, estoy malo. Respire hondo. Usted no es. Usted está. Y algo en usted está comenzando a nacer. Y algo en usted debe morir de una vez".


Diego Martín V. -cita en su tesis sobre “Variaciones en el uso de los objetos entre la comunidad precolombina y la sociedad actual”-
Según Carlos Monterroso, parece evidente que las danzas de la lluvia contenían elementos de “empuje”, de “arrastre”, de inicio artificial, en dosis pequeñas (lanzar agua, imitar truenos). Éstas funcionarían para desencadenar la lluvia y no porque ésta se deseara, sino porque es una parte de los mismos actores y que pueden intuir como inminente. Por eso, son danzas festivas, no rogativas, que incluyen pues el baile bajo la lluvia. De allí que el humano animista parecía conocer el momento exacto en que comenzaría la lluvia. “Los nativos no hacían la danza para que lloviera sino porque podían de este modo conectarse con la energía del medio ambiente, formar parte de él y celebrar la lluvia. El rito americano no significaba un acto mágico ni una súplica sino que significaba sentirse ´Uno´ con la Madre Tierra.” (Monterroso, Carlos “La trampas de Occidente”, Edit. Dunken, Buenos Aires, 2008; pág. 153)


Orlando Barone -periodista, Bs. As., cita en la revista Debate-
Leyendo el libro Las trampas de Occidente, de Carlos Monterroso, me di cuenta de que es cierto lo que allí se cita de Krishnamurti: “¿Puedes atrapar la brisa en tu puño? Si lo haces, ¿es eso acaso la brisa?”

Algunos datos biográficos del autor



El autor de este ensayo no es un erudito.
Carece de autoridad académica para avalar sus propuestas.
La siguiente reseña sólo trata de dar elementos para que el lector interesado conozca algunas aristas de la personalidad e historia de Carlos Monterroso.

Nació en Buenos Aires el 2 de Marzo de 1956, en el seno de una familia católica con padre, madre y seis hermanos, de los cuales era el quinto.
Cursó sus estudios primarios en un colegio de curas, en San Isidro, donde fue obligado a ir a misa los siete días de la semana. Fue monaguillo y boy scout.
Amante del fútbol y las correrías callejeras, tenía debilidad por los carritos de rulemanes, las aventuras en la naturaleza y también por el mecano, con el cual desarrollaba dispositivos móviles de cierta complejidad.
El secundario lo cursó en el colegio 20 de Junio, laico, también de San Isidro, donde encontró excelentes profesores de Física, Anatomía y Lengua.
Desde muy chico, le fascinaron las ciencias exactas. Disfrutaba como un hobbie resolver kilométricas ecuaciones y problemas lógicos.
Durante la infancia y adolescencia, leyó infinidad de libros de aventuras, clásicos antigüos, enciclopedias y también a algunos escritores como Alexis Carrel, Desmond Morris y Kazantzakis. La novela Hombrevida, de Chesterton, tendría una gran influencia en el desarrollo de su personalidad.
Y el fútbol, siempre el fútbol, en todas sus formas.


Comenzó a trabajar en algunas changuitas a los diez años, ya que el dinero familiar estaba en crisis. Atendió al público en una verduleria, fue jardinero, lavador de autos y se ocupaba de la huerta de un vecino a cambio de unas monedas.
A los 13 años comenzó su primer trabajo formal, de cadete, en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Luego aprendería dactilografía y taquigrafía, las que utilizaría intensamente en sus posteriores actividades.
Durante sus estudios del idioma inglés, en el Liceo Cultural Británico, aprendería inglés antiguo para leer a Shakespeare en su lengua original.
Apasionado por la música, dirigió una orquestita en el jardín de infantes, participó como guitarrista y segunda voz en un grupo de rock desde los 13 años y a los 14 ya podía puntear en la guitarra lo que leía en pentagramas, gracias a los estudios de Teoría y Solfeo.
Volvió al catolicismo a los 15 años en un grupo juvenil de Acassuso, donde lideró algunas actividades y era supervisado por las autoridades eclesiásticas de Buenos Aires. Se le asignaron confesores que hoy son conocidos obispos argentinos. Las "misiones" a El Bordo, un pequeño pueblo de Salta, lo irían ligando al Norte argentino y también a las intimidades de la cultura popular de esa zona, incluidos los lobizones, las luces malas y los curanderos.
Recorrió casi toda la Argentina en carpa junto con su familia. En estos viajes se iría familiarizando con la naturaleza, la biología y las culturas originarias.

Carlos charlando de fósiles con Victorino Herrera,
padre del Herrerasaurio. Valle de la Luna, 1968.

Junto con el último año de la secundaria, cursó y aprobó el entonces duro curso de ingreso a Ingeniería. Al año siguiente comenzó a cursar esa carrera, pero la abandonaría pocos meses después.
Para esa época, fue profesor de electricidad en una villa miseria de Buenos Aires, durante un programa de alfabetización con el sistema de palabra integradora, de Paulo Freire.

A los 10 años comenzó a sacar fotos con una complicada cámara Zeiss Ikon de su padre. A los 12 años hizo su primer audiovisual (no existía el video). A los 16 años ya era el fotógrafo de la familia y de los grupos a los que pertenecía. A esa edad, también, hizo el primer audiovisual profesional.
A los 18 años inició un viaje por el mundo, a dedo y sin dinero. Esta experiencia marcaría profundamente su mirada. Partió de Buenos Aires y a los tres meses llegó a Caracas, donde trabajó un mes para costear el viaje a Europa, por donde viajaría y trabajaría otros seis meses. A lo largo del viaje de 30.000 Km, trabajó de vendedor de libros, limpiador de autos, empleado de cocina y limpieza en un asilo de ancianos, vendimia en España y cantante en dos restaurantes de Bruselas.
Durante el viaje, padeció la locura que produce el hambre y aprendió a sobrevivir a la intemperie en climas tan hostiles como la Laponia.
Gran estudioso de Teología, su viaje estuvo signado por charlas filosóficas con clérigos y civiles de todas las latitudes.
Durante su estadía en Europa, llegó a pensar en inglés y luego en francés.
"Pensar en otros idiomas me produce la convicción de que yo mismo pienso distinto según en qué idioma piense", escribió en el extenso diario de viaje. 


Dice Carlos Monterroso:

"Los casi 20.000 kilómetros a dedo, la selva colombiana, los fiordos de Noruega, los indios desnudos de Ecuador en mi cumpleaños y los parcos amigos de la Laponia, los viejos moribundos, los curas ateos, las putas de Cúcuta, el calabozo en Bogotá, el hambre y los apetitosos tachos de basura, la Torre Eiffel, Bilbao, Barcelona, el Titicaca, el sol a medianoche, la piernas congeladas en la Cordillera Negra del Perú, los peces de colores del Caribe, la balsa construida en el Mar Báltico, las charlas con jóvenes de la ETA, la maravilla amoral de Suecia, ¿cuántos libros harían falta para apenas presentir el rebote de esas y mil otras vivencias en el fértil corazón de un chico de 19 años que viajaba solo por el mundo?"  

A su regreso del viaje, a fines de 1975, abandonó la fé católica y cualquier forma de religiosidad. Primero se declaró ateo y luego fue girando hacia el agnosticismo, es decir, sostener la duda acerca de la divinidad. La experiencia del viaje por Sudamérica y Europa, al mismo tiempo, lo convenció de la bondad del mundo.

"Este mundo es para mí un mundo bueno y sin dios. Ya no puedo elegir, pero creo que prefiero esta ecuación y no la de tanta gente que cree que este es un mundo malvado creado por un dios bueno."

En 1976, luego de trabajar un tiempo como operario metalúrgico, inició su profesión de fotógrafo, que suponía en aquella época pasar la mayor parte del tiempo en el cuarto oscuro.

"Me interné entonces en el alquimista mundo del laboratorio fotográfico, mucho más alquimista que una simple metáfora. En esa época los reveladores se preparaban realizando precisas mezclas químicas, de modo que un día el revelador le salía a usted mejor que otro día, lo mismo que una salsa."
 

En la fotografía, Monterroso realizó su primera trasgresión profesional. La moda fotográfica era muy acartonada entonces. Se convirtió en un ferviente propulsor de la foto espontánea, la cual sería rápidamente aprobada por el público de Buenos Aires pero más lentamente aceptada por los círculos eruditos. Ya en 1979, su estudio se llenaba de gente que iba a ver "el album de las 100 peores fotos", fotos desacartonadas y espontáneas, que todavía eran una rareza.
En 1982 reaccionó a un artículo publicado en Fotomundo (principal revista especializada en Fotografía) en el que se consideraba a la foto espontánea como carente de arte. La revista incluyó en el número siguiente la extensa carta de Carlos y durante varios meses publicó sus artículos.
 
 

 Mientras tanto, Monterroso desarrollaba un sistema de investigación acerca de los aspectos más técnicos de su activdad fotográfica. Había operacionalizado 50 variables para evaluar la correlación entre la toma, el revelado y la copia final. Para esto, debió estudiar Química y Sensitometría, y también medir y consignar en miles de informes los datos de cada ensayo y luego volcarlos en planillas generales, en épocas sin computadoras. Cada trabajo comercial ingresaba en su sistema de investigación y aportaba más datos. La intención de Monterroso era construir un modelo matemático que pudiera facilitar el control de todas las variables y predecir los resultados.
El autor de Las trampas de Occidente -que parece renegar de la ciencia- fue, durante 20 años, un dichoso bicho de laboratorio, un mundo acético de balanzas, probetas, planillas e hiposulfitos.
  Con algunos alumnos de Fotografía

"Me pasé veinte años fotografiando escenas fugaces: fiestas, deportes y retrato. Aquello era mucho más difícil que hacer paisajes: se trataba de capturar lo efímero y estar allí antes que ocurriera sin saber qué es lo que iba a ocurrir. Todo sucedía en décimas de segundo, sin tiempo para pensar. Aquellas fotos las sacaban mis pies, mis rodillas, mi cuello. O quizás la cámara, que ya era una parte de mi cuerpo."
 

Carlos Monterroso estudió Tecnología Educativa en la Universidad Nacional de Luján entre 1976 y 1980, cuando la dictadura militar la cerró y dificultó los caminos para que sus alumnos se graduaran. A Monterroso le faltaba sólo la tésis final que, luego de intentar presentar durante un año y medio, abandonó. La tesis trataba sobre reeducación de drogadictos terminales y se menciona tangencialmente en Las trampas de Occidente.
Así, dedicó cinco años a estudiar los intrincados fenómenos mentales y emocionales que conducen a que se incorpore un conocimiento o se modifique una actitud. El hecho de abordar la mente humana desde lo educativo produjo una mirada que no buscaba conflictos ni enfermos ni terapias sino simplemente comprender para influir.
La elección de Tecnología Educativa se debió a que no existían aún carreras universitarias ligadas a la comunicación audiovisual, según le aconsejó Emilio Fermín Mignone.

Pese a no haberse graduado nunca, ejerció la profesión de tecnólogo educador como editor responsable de módulos de autoaprendizaje para los 15.000 maestros de escuela primaria de la Ciudad de Buenos Aires, en 1979. Al tiempo, renunció por su aversión a la burocracia estatal. Por el mismo motivo, rechazó la oferta de gerenciar los recursos audiovisuales del Planetario de la Ciudad de Buenos Aires.



Al año siguiente comenzó a incursionar en el video, pues llegaron a Argentina las primeras cámaras portátiles de precio accesible. Comenzó filmando fiestas y casamientos hasta aprender la técnica y estilos básicos.
Y luego, otra vez, la trasgresión. En 1985, cansado de la reiteración del esquema de los videos sociales, ofreció a una pareja de novios hacer un video distinto. Bea y Javier aceptaron de inmediato, entusiasmados.
Aquel video comienza por las típicas cámaras lentas con las que solían finalizar los videos sociales de entonces (y los de ahora). Entonces se inicia un inesperado rebobinado de todo el casamiento en cámara reversa y rápida, rumbo al principio del relato. Allí se detiene y comienza un desarrollo inesperado de los acontecimientos, con las transgresiones hoy naturales en el lenguaje cinematográfico pero desconocidas entonces en los videos sociales e incluso en la televisión.
A las trasgresiones en la cronología, los desfasajes de audio y la interpretación subjetiva de los sucesos alrededor de una música, se fueron sumando otros recursos, como la incorporación de fragmentos de películas, propagandas, reportajes realizados un mes antes o después, etc. La televisión argentina demoraría varios años en comenzar a utilizar algunos de estos recursos.
La prolongación de esta experiencia a lo largo de los años llevó a Monterroso a encarar con el mismo desacartonamiento y trasgresión videos para algunas de las empresas e instituciones más prestigiosas de Argentina.
La experiencia y la capacitación universitaria le permitieron también asesorar en la estrategia de comunicación institucional.
En 1988, cansado del acartonamiento de la ciudad y de su propio oficio, se mudó al campo junto con su familia. En Yala, provincia de Jujuy, desarrolló un proyecto de huerta y granja orgánica en una finca de quince hectáreas, donde también construyó una casa.
La experiencia de la vida natural modificó a Carlos, en un campo donde convivían un cerro, un río de montaña, pumas, yararás, corzuelas, alacranes, pájaros carpinteros y, quizás, lobizones.

"Mi flaca voluntad ciudadana le había dejado el lugar a una hombría que yo no imaginaba. El histérico voluntarismo capitalino se había transmutado en la natural capacidad de subirse a los ´tempos´ del clima y el paisaje."

Durante el primer año dedicó tres horas por día a estudiar Biología para idear soluciones a la producción orgánica, entonces poco conocida.
Aprendió a arar con bueyes, a ofrendar el primer brindis a la Pachamama y también a comprender a la cultura colla, completamente distinta a la occidental.
La mutua admiración que sentían Carlos y Valentín (encargado de las tareas más pesadas de la finca) se prolongó en una profunda amistad. También sería larga la amistad con Yala, una arisca yegua salvaje que Carlos amansó a pura paciencia, alfalfa y afecto.



A los pocos días de llegar a Jujuy, el gobierno provincial lo contrató para dirigir una campaña global de publicidad.
Más tarde, Carlos dirigiría dos programas en vivo para televisión abierta en el Canal 7 de Jujuy ("Todo Jujuy" y "Bajo la lupa"), alternando esta actividad con la vida en el campo.




Mientras tanto, Monterroso replicaba el funcionamiento de la huerta y granja orgánica con un programa de computación que desarrollaba él mismo en “Basic”, antiguo lenguaje de programación. Cuando hubo terminado el programa, éste replicaba los sistemas reales con un error de alrededor del 2%. El programa incluía índices de mortalidad, inflación, etc.; informaba de costos, resultados y tendencias, y se realimentaba a sí mismo con las nuevas experiencias. Pura Matemática, ésa de la que parece que habla mal en Las trampas de Occidente.  

"Los videos trasgresores que me caracterizaron no estaban basados sólo en la intuición animal sino que tenían detrás monumentales sistemas de búsqueda de información cruzada que yo mismo había programado. Esos sistemas manejaban variables duras y otras blandas, de índole poética."
"Fue mi extrema occidentalidad la que me condujo a visitar abismos misteriosos. No encontré el pensamiento animal con la expectativa de que me evitara el trabajo de estudiar logaritmos. Fue aplicando exitosamente los logaritmos que yo llegué a territorios que los logaritmos no podían explicar."

Luego de dos años en Jujuy, regresó a Buenos Aires, donde continuó su actividad en video, dejando cada vez más de lado la Fotografía.
La índole del trabajo en fotografía y –especialmente– video lo llevó a profundizar en un ancho abanico de actividades. Debía estudiar cientos de páginas y hablar con expertos de cada uno de los temas que debía llevar a la pantalla. Así, se interiorizó en varios deportes, producción y exportación de frutas y sus derivados industriales, olivo, girasol, sidra; el aterrizaje de Greenpeace en Argentina, los sistemas de inversión en la década del 90, sistemas de gestión y enseñanza de colegios secundarios y universidades, turismo, etc. El contacto sucesivo con realidades humanas tan distintas (con las cuales se comprometía cada vez) abrió en Monterroso algunos caminos de comprensión especiales.

 Algo quizás más fuerte comenzó a ocurrirle con un nuevo rubro que desarrolló a partir de 1996: video-retratos, historias de vida, actividad que lo ocupaba intensamente en los meses previos a escribir Las trampas de Occidente.
Una treintena de testigos desfilaban delante de su cámara para contar una versión del protagonista, y luego otra, y otra. Cada entrevistado respondía las mismas preguntas sobre un único personaje, pero las respuestas divergían demasiado.
Monterroso se acostumbró a identificar y desarmar "la versión oficial" que todos traían y que hubieran convertido los videos en sucesiones de obviedades y halagos.
Ayudado por la posibilidad que da el video de repetir y de usar cámara lenta, luego estudiaba las reacciones, la reiteración de frases "oficiales" y mandatos culturales (que se repetían en los distintos videos), los microgestos que expresaban cargas emocionales reprimidas, etc. Luego de decenas de videos, ya podía observar todo esto directamente, sin necesidad de ver la grabación.
El objetivo de esos video-retratos no era curar ni juzgar, sino re-tratar, plasmar en la pantalla la complejidad del personaje que cumplía 40 o 70 años.

"En esa puesta en pantalla podía yo proponer planos dispares e incluso sostener ideas contradictorias. El video permite esta riqueza. Y me acostumbré."
 


                                              Retrato de Julius, sobreviviente de Auschwitz


En el año 1998, a través de la flamante internet, Carlos organizó uno de los primeros grupos virtuales a través de e-mails colectivos y que reunían conocidos suyos de los más dispares orígenes y condiciones. Lo llamó club del CAOS, en línea con cierta inquietud que traía el final del milenio.

Poco después comenzaría a desarrollar un proyecto grupal para la realización de documentales holísticos para televisión internacional (Urano), para el cual explicitó el método del rompecabezas que venía utilizando en los video-retratos. Escribió el extenso "Manifiesto de Urano", donde detalla las bases ideológicas y metodológicas del proyecto. En el año 2001 convocó a un grupo heterogéneo alrededor de esas consignas. El grupo incluía desde una estudiante de teatro de 20 años hasta un vicepresidente de un importante banco, de 60. Se preocupó en incluir personas de ideologías políticas opuestas y de creencias religiosas aparentemente incompatibles. El proyecto no pudo lograr el objetivo de grabar su primer documental por falta de fondos, pero llegó a realizar una investigación y a escribir un guión cinematográfico en forma colectiva ("Como decidan que esté"). Pese al fracaso, Monterroso sintió que algo había tocado en la oscuridad.


Durante las prácticas del docuficción de Urano, sobre la crisis argentina.
El Principio de Incertidumbre de Heisemberg, en clase de Física (escena 30).



Para la misma época, en plena crisis argentina, Carlos se dedicó intensamente a trabajar en la Cooperadora Escolar del colegio de su hija, al que asistían 1600 alumnos. Los acuciantes problemas a resolver incluían chicos que se desmayaban del hambre y otros que ingresaban con armas.

Monterroso conoció a Nietzsche en 2002, en forma casual, cuando un hermano se desprendió de algunos libros que no le interesaban. La mezcla resultó explosiva, como suelen ser las mezclas que incluyen a Nietzsche.
Ya hechizado por la locura de Nietzsche, Carlos comenzó a desarrollar otro proyecto holístico, esta vez un programa de radio que patentó como “La Bruja de las Palabras”. Tampoco lo pudo concretar. Pero, sin saberlo, estaba encendiendo la mecha de Las trampas de Occidente. Dedicó dos intensos meses a formar una colección de 4000 libros digitales que incluían a famosos escritores de hace 2.500 años hasta los más recientes. Se incluían libros de historia, poesía, filosofía, psicología, mitologías, recetas de cocina y hasta las letras de miles de canciones. Una vez completada la colección, comenzó a estudiar dos temas que eligió intuitivamente: la lluvia y la ausencia. 

"El contacto con el fenómeno de la ausencia y el duelo me abrió ciertas puertas a lo humano, no exclusivamente ligadas a ese exacto tema. La lluvia, por su parte, empapó Las trampas de Occidente de punta a punta."  

Dedicó 400 horas a cada investigación. La lectura transversal de cientos de filósofos, poetas y científicos sobre el mismo tema lo puso, conmocionado, a las puertas de Las trampas de Occidente, que hasta ese momento era una caótica colección de artículos en una carpeta llamada "crítica al pensamiento lineal" y que aún no incluían el concepto de Self.
Simultáneamente, Carlos buscaba músicas para acompañar los textos que iba seleccionando para el programa de radio. Conmovido por la música, comenzó a intuir al que pronto llamaría Self.

"Cuando faltaban pocos días para que ocurriera el libro, yo conversaba mucho con una pareja de amigos psicoanalistas y profesores de psicoanálisis. La noche del 29 de diciembre de 2006, luego de varios intentos fallidos, les pregunté nuevamente: “¿qué dicen ustedes de ese en nosotros que no utiliza palabras?”. Esta vez no recibí improperios ni sornas. Pero algo me dijeron que colmó el vaso de mi rebeldía: “eso está perdido”.
Al día siguiente comencé a escribir el libro y no paré de escribir durante 45 días, unas 16 horas diarias, sin interrupciones más que para dormir y comer, hasta que lo terminé."

"La escritura fue apasionada, febril. Un telón se había corrido y yo escribía muy rápido para no perder detalle de lo que ahora podía verse tan fácilmente. Luego leía lo escrito y me deslumbraba. Me levantaba, caminaba, y volvía a leer aquellas increíbles ideas.
En muchos casos las palabras se colaban en el libro a pesar mío. Una cierta musicalidad gramatical me impulsaba a agregar un “Es más:”, sin tener la menor idea de lo que escribiría a continuación. Y “alguien” –no yo– escribía, por ejemplo, “el Self se desentiende del paso del tiempo”. ¡¿Cómo?! ¿Qué es eso? A ver... puede ser... Veamos. Pero entonces...
Y así." 

“Eso fue hace muchos años, pero recuerdo claramente, mientras escribo esto,
cómo, en un desesperado intento por iniciar una nueva vía del cuento fabuloso,
empecé metiendo a mi heroína por una madriguera de conejos,
sin la menor idea de lo que iba a suceder después.”
Lewis Carroll

Carlos imprimió dos copias de ese manuscrito y se las regaló a sus hermanos. Y se puso a estudiar sobre lo que había escrito. Se sorprendió al saber que no estaba solo. Casi un centenar de amigos y conocidos leyó el ensayo e hizo llegar su opinión. Dedicó un año y medio a leer decenas de libros y a incorporar citas al ensayo.

"Con pocas excepciones, las citas del libro las conocí y las incorporé después de mi escritura aunque, en la mayoría de los casos, la concordancia es tal que el lector creerá que ocurrió al revés. Mi escritura solitaria y loca me había conducido a ideas que ya habían sido plasmadas por varios pensadores. La mezcla que había hecho, sin embargo, estaba viva y llena de convicción, ya que no había partido de esos pensadores."

 Actualmente Carlos reside en San Salvador de Jujuy, al norte de Argentina, donde estudia, escribe esporádicos artículos y conduce el programa La Bruja de las Palabras, por Radio Universidad Nacional de Jujuy. 
 














Nota: Las citas en amarillo no pertenecen a Las trampas de Occidente. Corresponden a un borrador de autobiografía que sirvió de base para esta reseña.