La Primera
Parte
realiza una crítica a algunos aspectos medulares de la cultura de
Occidente y delata el desencuadre del posicionamiento intelectual,
emocional y espiritual del occidental típico.
Así, acerca la lupa a la razón (conceptualización,
fragmentación, rigidización), al lenguaje, a la matemática, a la
concepción de bien y mal, al individuo (conciencia y voluntad), a la
causalidad, a la ciencia (a la que considera supersticiosa) y también
a algunas fantasías subsidiarias como el esfuerzo, la felicidad y la
competencia.
La Segunda Parte inicia un recorrido diferente. Se presentan allí otros posicionamientos no occidentales: el mágico y el mítico. Luego se desarrollan dos relatos, al modo del pensamiento mítico. El primero plantea un posible escenario del surgimiento del Yo y, con él, el del ser humano.
El segundo relato ensaya el “Mito del Sinaí”,
la estructura simbólica que parece comprender el singular
comportamiento del occidental. Allí se habrían establecido –míticamente–
los paradigmas de rigidización y responsabilización típicos de
Occidente.
“La
responsabilidad occidental no mira hacia el costado, hacia la
necesaria organización de la comunidad o hacia el bienestar de los
demás, sino que mira hacia lo alto, hacia el ‘deber ser’, hacia
la propia virtud que la alejaría de la posibilidad de que el dios del
Sinaí la castigue. ‘Tengo que ser responsable’ es el mandato. No
importa tanto de qué. La responsabilidad en Occidente está puesta
‘adentro’, como imperativo moral narcisista.”
Luego se propone que los dioses occidentales
comenzaron a caer hace veinte siglos, lo que condujo a la hipocresía
religiosa que caracterizó a Occidente hasta la (segunda) caída de
los dioses, esta última ocurrida a partir del siglo XVII.
“La
escisión de religión y vida –vivida como muy normal por el
occidental– es, en realidad, algo desconocido en el resto del
planeta. La popular frase española de ‘A Dios rogando y con el mazo
dando’ intenta unir lo que en el occidental está separado (religión
y vida). La frase dejaría desorientado a un no occidental, quien no
advertiría lo que se trata de decir. Para el resto de las culturas,
los dioses –si existen– están indisolublemente ligados a la
vida.”
La
Tercera Parte
ensaya que somos esencialmente un animal espiritual (el “Self”) al
cual se adosa tardía y satelitalmente una mente (el “Yo”). Si
bien este enfoque ha sido ya comentado al lector, aquí se fundamentará
la propuesta y se describirá la dinámica de ambos personajes y también
su comportamiento en algunas áreas centrales: emocionalidad, deseo y
afectividad, con algunos planos de la última aun más detallados:
enamoramiento, pareja, maternidad, paternidad y duelo.
“Esta
mirada del Self, que clava sus ojos y su corazón en el presente y en
el futuro, implica una dinámica inimaginable para el Yo, quien no
conoce otra posibilidad que recorrer los archivos hacia atrás. Esta
naturaleza retrógrada del Yo produce que éste observe como caótico
al Self, quien está ensayando nuevas melodías y está, además,
atento a elementos sutiles del devenir que el Yo no percibe. No es
caos, es vida que abre caminos todo el tiempo.”
Las
trampas de Occidente
propone una posible superación del paradigma oriental, el cual solía
conducir a la solitaria contemplación y al combate contra el deseo y
la afectividad. El libro ensaya que cuando se aquieta el Yo no estamos
a las puertas del Tao sino que, sencillamente, habitamos el
animal que somos. Ese animal, a su vez, es el protagonista de la
emocionalidad, del deseo y de la afectividad. De modo que, si bien el
libro comparte con Oriente la conveniencia de aquietar al Yo, propone
también enarbolar bien alto los deseos, festeja la pasión y la alegría
animales y sugiere que la emocionalidad no sólo no debe ser combatida
sino que es la llave para desplegar nuestro ser esencial.
“Aquí propongo una filosofía que comprenda primero los impulsos de vida, la explosión del sexo y la pasión, la vergüenza de quien aún no se anima a ser, la bendita confusión de los que están aprendiendo. Quisiera estar escribiendo una filosofía para la juventud, si juventud es esa llama que se abraza al cambio, no importa cuántos años tenga usted.”
La
Cuarta Parte
analiza algunas respuestas de Occidente a la caída de los dioses
tradicionales y critica la espiritualidad y el arte “cultos” de
Occidente. Luego, se proponen enfoques y posicionamientos para
percibir y pensar como animales que somos y para, también, enriquecer
estas capacidades con los aportes del Yo.
“La
mayoría de los saltos creativos y los ‘darse cuenta’ provienen
del pensamiento animal. Éste posee mayor capacidad de abrazar planos
dispares, se conecta emocionalmente con el aquí-ahora y puede
componer sinfonías mucho más complejas que el pensamiento racional,
el cual sólo puede funcionar realizando operaciones simples con
caricaturas de la realidad (ideas rígidas del pasado).”
Este encuadre cristaliza en el “Método del rompecabezas” (más
bien, un antimétodo), que propone un
posicionamiento psíquico, emocional y espiritual para encarar
problemas concretos sin caer en las trampas de Occidente.
Todos los puntos de
vista empiezan a parecer relativos e interdependientes,
no hay nada absolutamente fundacional,
ningún lugar en el que apoyar la cabeza y decir ¡he llegado!
Ken Wilber
no hay nada absolutamente fundacional,
ningún lugar en el que apoyar la cabeza y decir ¡he llegado!
Ken Wilber
Finalmente, el libro plantea las trampas de la
muerte y del sentido, ahora que ya se han desplegado muchos elementos
para presentar estas dos, las principales trampas de Occidente.
“No
se pregunta el sentido de la comida quien está comiendo con hambre,
ni se inquieta por el sentido del beso quien está, enamorado,
besando.
Algo le pasa a usted que se pregunta por el sentido.”
Algo le pasa a usted que se pregunta por el sentido.”
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